martes, 8 de octubre de 2019

Un paseo por Isla Maciel en 1913

      La histórica revista argentina Fray Mocho nos ofrece una verdadera pintura de un paseo a pocos minutos del centro de Buenos Aires hace un centenar de años. Su cronista Xavier de XAX vivió la experiencia de llegarse en bote por el arroyo Maciel hasta la zona de recreos que, aunque hoy parezca impensado, conservaba en ese entonces un estado natural casi salvaje.
      La nota se inicia, nada más y nada menos, que con un dibujo del gran ilustrador Juan Hohmann. Veamos su texto...

Ilustración del arroyo Maciel por Juan Hohmann

      Un cuarto de hora, veinte minutos de viaje en bote dirigido por un viejo remero, y en ambas orillas del arroyo Maciel, se verán cuadros y escenas que producirán la más exacta sensación  de la alegría. El alma popular, sencilla y tierna, que vibra en una copla y llora en el bordoneo de una guitarra, allí, en Maciel, entre malezas, en plena naturaleza, al sol y al aire, se expande, salta, canta y grita en explosiones de infantil regocijo, de ingenuo contento. 

El bote hacia los recreos de Isla Maciel

      Es el Tigre de los pobres. La gente trabajadora de toda la semana; los fornidos mocetones de los talleres y de las fábricas; las flexibles y delicadas modistillas de los obradores; los apacibles pequeños burgueses a quienes la ley obliga a cerrar sus comercios; los empleados del mostrador; todos aquellos, en fin, que aman el sol, y el aire, el agua y las plantas _ artículos de lujo, por cierto _ encuentran en el Maciel, tolerante como un abuelo y discreto como un confesor, el medio ambiente propicio a la libre expansión de la alegría que han llevado encerrada en sí mismos como un secreto, durante seis días y que al calor del sol surge bullanguera, brillante y contagiosa.

Música en la isla

Almuerzo al aire libre

El baile

      Por esto es alegre la isla. Porque los que van a ella, llevan el germen de la alegría que se desparrama sobre todo y sobre todos como una bendición…
      El encanto de la isla está en el contraste. En el mismo momento que una canoa se desliza suavemente por el arroyo, llevando preciosa y tranquila carga, resuena en el aire el eco de una carcajada a la cual hacen coro cien más, que se prolongan  con extrañas vibraciones.
_ ¡Que baile!
_ ¡Que cante!
_ ¡Basta de música!
_ ¡El asado se quema!
     Y se baila, se canta, se grita y con feroz apetito se devora el asado, sabroso y dorado como una promesa…
_ ¡Me marea la hamaca!
_ No crea… es en el primer momento…
_ ¡Tengo miedo!
      Y la mamá, grave y sonriente a la vez, exclama: “E dequelá… se no quiere… no quiere…”
_ Pero señora…
_ ¿Ma se no quiere?
     
Bote a motor, otra forma de alcanzar los recreos

Un poco de diversión

      No faltan los amantes de la soledad. Los silenciosos. Los que entre la multitud se encuentran solos. La isla tiene para ellos parajes especiales. Y cañas. Y, como para pescar es menester apenas una caña y un aburrido… pues se pesca!

El hombre de comercio con su familia

      Sin embargo, no todo es baile, y música, y asado y risas, y bochas y columpios… No. Hay otras cosas… los idilios. Los bucólicos idilios que son como suaves notitas sentimentales colocadas en un cuadro de explosiones rumorosas. Y los novios se buscan, se miran, suspiran… y proyectan anticipar la fecha de casamiento, con el correspondiente beneplácito de las buenas mamás.

Tiempo para el romance

      Nada de sentimentalismo. Nada de silencios elocuentes. Alrededor de una mesa están cincuenta muchachos ¡Viva la alegría! Aún no empezó el banquete. Y cantan admirablemente desentonados. Son obreros fuertes y sanos que no van a las carreras. Y son criollos, todos. Cantan el himno a la bandera “Aquí está la bandera idolatrada… es la enseña que Belgrano nos legó”. Festejan triunfos carnavalescos. Mañana festejaran con igual entusiasmo otros triunfos de la vida.

El paisaje salvaje de la isla

      Cae la tarde. Ebrias de luz y de aire regresan las multiformes caravanas. El sol se refleja sobre las aguas quietas del arroyo en irradiaciones polícromas. Las ramas de los sauces parece que se inclinan más, como si quisieran besar a las aguas, y el sano cansancio de un día de vida libre, aletarga los músculos y ensombrece los espíritus…

La infaltable fotografía de recuerdo

      La visión de la semana de trabajo que se iniciará dentro de pocas horas impresiona la retina de los paseantes. El pequeño burgués piensa en las facturas que debe cobrar, y la linda muchacha se preocupa sabiendo que a partir de mañana, otra vez un elegante señor la molestará todos los días a la salida del taller, esperándola en una esquina…


      Terminó el día, y con él la alegría de fecha fija, que es la alegría de los pobres; la que no está en las ciudades o en los pueblos sino en uno mismo.

Marcelo Pablo Scévola (transcripción)

Fuente: revista Fray Mocho