La histórica revista argentina Fray Mocho nos ofrece una verdadera pintura de un paseo a pocos minutos del centro de Buenos Aires hace un centenar de años. Su cronista Xavier de XAX vivió la experiencia de llegarse en bote por el arroyo Maciel hasta la zona de recreos que, aunque hoy parezca impensado, conservaba en ese entonces un estado natural casi salvaje.
La nota se inicia, nada más y nada menos, que con un dibujo del gran ilustrador Juan Hohmann. Veamos su texto...
Ilustración del arroyo Maciel por Juan Hohmann
Un cuarto de hora, veinte
minutos de viaje en bote dirigido por un viejo remero, y en ambas orillas del
arroyo Maciel, se verán cuadros y escenas que producirán la más exacta
sensación de la alegría. El alma popular,
sencilla y tierna, que vibra en una copla y llora en el bordoneo de una
guitarra, allí, en Maciel, entre malezas, en plena naturaleza, al sol y al
aire, se expande, salta, canta y grita en explosiones de infantil regocijo, de
ingenuo contento.
El bote hacia los recreos de Isla Maciel
Es el Tigre de los pobres. La gente trabajadora de toda la
semana; los fornidos mocetones de los talleres y de las fábricas; las flexibles
y delicadas modistillas de los obradores; los apacibles pequeños burgueses a
quienes la ley obliga a cerrar sus comercios; los empleados del mostrador;
todos aquellos, en fin, que aman el sol, y el aire, el agua y las plantas _
artículos de lujo, por cierto _ encuentran en el Maciel, tolerante como un
abuelo y discreto como un confesor, el medio ambiente propicio a la libre
expansión de la alegría que han llevado encerrada en sí mismos como un secreto,
durante seis días y que al calor del sol surge bullanguera, brillante y
contagiosa.
Música en la isla
Almuerzo al aire libre
El baile
Por esto es alegre la
isla. Porque los que van a ella, llevan el germen de la alegría que se
desparrama sobre todo y sobre todos como una bendición…
El encanto de la isla está
en el contraste. En el mismo momento que una canoa se desliza suavemente por el
arroyo, llevando preciosa y tranquila carga, resuena en el aire el eco de una carcajada
a la cual hacen coro cien más, que se prolongan
con extrañas vibraciones.
_ ¡Que baile!
_ ¡Que cante!
_ ¡Basta de música!
_ ¡El asado se quema!
Y se baila, se canta, se
grita y con feroz apetito se devora el asado, sabroso y dorado como una promesa…
_ ¡Me marea la hamaca!
_ No crea… es en el primer momento…
_ ¡Tengo miedo!
Y la mamá, grave y
sonriente a la vez, exclama: “E dequelá… se no quiere… no quiere…”
_ Pero señora…
_ ¿Ma se no quiere?
Bote a motor, otra forma de alcanzar los recreos
Un poco de diversión
No faltan los amantes de
la soledad. Los silenciosos. Los que entre la multitud se encuentran solos. La
isla tiene para ellos parajes especiales. Y cañas. Y, como para pescar es
menester apenas una caña y un aburrido… pues se pesca!
Sin embargo, no todo es
baile, y música, y asado y risas, y bochas y columpios… No. Hay otras cosas…
los idilios. Los bucólicos idilios que son como suaves notitas sentimentales
colocadas en un cuadro de explosiones rumorosas. Y los novios se buscan, se
miran, suspiran… y proyectan anticipar la fecha de casamiento, con el
correspondiente beneplácito de las buenas mamás.
Nada de sentimentalismo.
Nada de silencios elocuentes. Alrededor de una mesa están cincuenta muchachos
¡Viva la alegría! Aún no empezó el banquete. Y cantan admirablemente desentonados.
Son obreros fuertes y sanos que no van a las carreras. Y son criollos, todos.
Cantan el himno a la bandera “Aquí está la bandera idolatrada… es la enseña que
Belgrano nos legó”. Festejan triunfos carnavalescos. Mañana festejaran con
igual entusiasmo otros triunfos de la vida.
Cae la tarde. Ebrias de
luz y de aire regresan las multiformes caravanas. El sol se refleja sobre las
aguas quietas del arroyo en irradiaciones polícromas. Las ramas de los sauces
parece que se inclinan más, como si quisieran besar a las aguas, y el sano
cansancio de un día de vida libre, aletarga los músculos y ensombrece los
espíritus…
La visión de la semana de
trabajo que se iniciará dentro de pocas horas impresiona la retina de los
paseantes. El pequeño burgués piensa en las facturas que debe cobrar, y la
linda muchacha se preocupa sabiendo que a partir de mañana, otra vez un
elegante señor la molestará todos los días a la salida del taller, esperándola
en una esquina…
Terminó el día, y con él
la alegría de fecha fija, que es la alegría de los pobres; la que no está en
las ciudades o en los pueblos sino en uno mismo.
Marcelo Pablo Scévola (transcripción)
Fuente: revista Fray Mocho